lunes, 10 de marzo de 2014

“La caza del carnero salvaje” , Haruki Murakami



He leído poco a Murakami. Por ahora. Después de una pequeña decepción con Tokio Blues agradezco la oportunidad de retomar este escritor que me ha ofrecido el Club de Lectura de La Vaquería. Me ha sorprendido y devuelto las ganas de ahondar en un autor de indudable éxito (de crítica y público, como se suele decir) en nuestro globalizado entorno.

La Caza del Carnero Salvaje (1982), es una de las primeras novelas de Haruki Murakami, , la que le dio fama y le permitió continuar su faceta de escritor, publicada en castellano en 1992, y cuya secuela Baila, baila, baila de 1988 nos volverá a introducir en ese universo de espejos, carneros “mágicos”, gatos, orejas abrumadoras, hoteles decadentes y cigarrillos.

Narrado en primera persona por un publicista tokiota recién divorciado, casi en la treintena y con una vida bastante anodina que irá cambiando al presentarse ante él una serie de hechos insólitos. Conoce a una mujer, modelo de orejas y prostituta ocasional, que ejerce en él una fascinación extraordinaria a través de  su excepcional atributo: unas orejas absolutamente perfectas. A la vez recibe cartas de un antiguo amigo, que recientemente ha desaparecido de Tokio sin dejar rastro. En una de esas cartas, le pide que incluya una foto de unos carneros que adjunta en alguno de sus trabajos y como consecuencia despertará el interés de una potente organización que le fuerza a buscar un  carnero “especial” bajo amenaza de arruinar su agencia y su vida.  A partir de esto, se suceden una serie de extraños acontecimientos que llevan al protagonista a un viaje, real y metafórico, donde entre los misteriosos efectos que produce el carnero, descubre cosas de los que le rodean y, sobre todo, de sí mismo.

Un toque irreal, común en algunos libros de Murkami, nos hace pensar por momentos en Kafka o en el realismo mágico, sin tener mucho en común objetivamente.  Ciertamente, la historia, con tintes detectivescos y mágicos, es bastante improbable, pero eso no es lo importante. Lo que se teje en torno a los personajes, sus sentimientos, sus certezas y sus dudas, son reales, tan naturales como los fragmentos de la vida de cualquiera. Esa cotidianidad unida a una presencia de lo sobrenatural es lo que le da un aire mágico, esos pequeños momentos que nos hacen identificarnos porque también los hemos vivido. Perder a alguien, encontrarlo, volverlo a perder. Hacer un viaje, regresar. Sentirnos atados, ser libres.
Muy interesantes y sugestivas algunas ideas que sobrevuelan la novela. Por una parte, me toca de cerca esa sensación triste y apática de la pérdida de la juventud, de lo perdido que no regresará unido a una falta de confianza en la realidad cotidiana, en la que el protagonista parece ajeno e indiferente a todo lo que le rodea, como un espectador de su propia vida. Por otra parte, encuentro especialmente seductora la reflexión sobre esa fina línea que distingue lo mágico y lo intuitivo, la certeza de lo improbable.


Creo que uno de los grandes hallazgos de este libro está en el uso de la imagen. A pesar de su peculiar falta de realismo, resulta una obra muy cinematográfica, en el que el poder de la imagen toma un protagonismo muy acusado con algunos momentos de gran intensidad visual. Dicho esto, no parece casual que, tanto el encuentro con la modelo de orejas, como el conocimiento del carnero que desencadena la trama, tienen lugar a través de sendas fotografías. A veces, un instante captado por la cámara fotográfica, registra cierto misterio de la vida, esa aparición irrepetible a la que Walter Benjamin se refirió en variadas ocasiones. 


Murakami es el más visible y acreditado representante de la nueva literatura japonesa, cuyo espíritu quiere trascender la simple contemplación de la realidad para sumergirse en un universo personal que, además, conecta muy bien con el lector occidental. Durante las primeras cien páginas no sabes muy bien a dónde quiere llegar pero aumenta en interés y cobra sentido según se avanza en la trama. Mientras, nos va dejando un poso de melancolía y existencialismo íntimo, acompañado de un siempre necesario sentido del humor derivado mayoritariamente del absurdo. Un escritor al que volveré seguro. 

Elena C.

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