Quizá este no sea un libro para aquellos que prefieren vivir de espaldas a
la realidad; tampoco para aquellos a los que a pesar de tener todas las herramientas para vivir más
que dignamente encuentran siempre razones y motivos para maldecir su suerte. O
quizá este libro esté justamente concebido para ellos.
Los hijos del Monzon es la opera prima de David Jimenez, corresponsal del periódico El Mundo en Asia . He publicado recientemente una reseña sobre su último libro de viajes " el lugar mas feliz del mundo”; me resultó tan enriquecedora su lectura que no dudé en hacerme con este libro, que es ya un éxito internacional y que ha sido justamente alabado y premiado por la critica. No encuentro muchas diferencias en el estilo de ambas obras. El periodista sigue dando a conocer, sin sensiblerías baratas, los dramas y las miserias que viven las gentes de aquellos países que no importan.
Conocemos a través de sus crónicas la historia de diez niños distintos.
Historias conmovedoras a pesar de su crudeza. La historia de Vothy, una niña
camboyana enferma de VIH, que inunda con su alegría el centro donde los
contagiados esperan la llegada de la muerte. O la de Reneboy en la
"tierra prometida”, eufemismo con el que se conoce al barrio vertedero donde miles de
personas en Manila viven "entre y de" la basura. Los niños de las
alcantarillas de Ulan Bator en Mongolia. Yeshe, el niño monje tibetano que
anhela reunirse con el Dalai Lama esperando escapar de un Tibet que está siendo destruido por China, sometiendo a los monjes budistas a torturas, encarcelamientos y al peor de los castigos poner en peligro su compasión hacia los chinos.
Escondida entre las historias se encuentra la entrevista que el
propio periodista hizo al Dalai Lama en Dharamsala. Su impresión
sobre el líder espiritual queda resumida magistralmente en este párrafo:
" La vida le ha enseñado
que los enemigos son siempre demasiados como para poder vencerlos a todos y que
es mejor vencer al odio que nos hace crear a esos enemigos, pues solo así se
puede asegurar la victoria".
Las historias recorren un continente acostumbrado a la tragedia como parte
inevitable de la existencia, donde sus gentes sacrifican la individualidad por un
supuesto bienestar colectivo. Esta capacidad de sacrificio, genuina de los asiáticos, ha sido una y otra
vez aprovechada por tiranos egomaniacos y sádicos que se han enriquecido y
perpetuado en el poder a costa de aniquilar literal y figurativamente a sus pueblos.
Hay un antes y un después de conocer estas historias. Esta realidad,
repleta de amarga injusticia, no parece importar en occidente. Aquí, donde subestimamos los valores democráticos conquistados por nuestros predecesores y con los que hemos tenido la suerte de nacer. Hago un ejercicio mental e imagino que distinta seria mi suerte al haber nacido mujer en el Afganistán de los talibanes.
Encuentro fascinante la idea del retorno ,
elemento omnipresente en la obra de David Jimenez. El periodista vuelve a todos esos
países y busca años después a todos esos niños a los que ha dado voz, quizá con
el ánimo de luchar contra el cinismo que se incrusta en uno al lidiar día a día
con el horror, con el desastre natural y la guerra. Anhela, con una conmovedora
inocencia, encontrar a su vuelta que las heroínas de sus relatos tuvieron un
final feliz.
A pesar de todo el horror el autor nos infunde algo de optimismo ya que
allá donde ha visto al hombre capaz de lo peor lo ha visto también capaz de lo
mejor. No somos tan distintos los unos de los otros. El mayor de los
peligros al que todos nos enfrentamos sigue siendo para todos igual : el peligro de perder la compasión.
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