En mi aposento, asaltado a veces
por el hosco lebrel
de la esperanza, palpando
entre mis manos su vaho turbador,
juzgo ahora
mi propia aspiración a la alegría.
¿Podrá existir (digo en la noche)
una palabra, la única
sobreviviente, donde pueda
almacenar mis sueños, defenderlos
de toda vanidad, irlos
purificando en mi interior
tiranía callada, reagruparlos
en una misma fuente igualatoria?
Pero estoy solo frente
al llamamiento del mundo: amo
su fundación, vigilo
sus mudanzas, trabajo cada día
en las contestaciones
-de mi propia experiencia, junto
mi vida en un papel.
Y las palabras,
al borde de ser dichas, próximas
ya a mi sueño, pretenden
suplantarme: soy el azar
que se traduce en vano. (Nadie
puede ser el espejo de sí mismo.)
Feliz aquél que nunca
puso nombre a su vida.
Jose Manuel Caballero Bonald
1 comentario:
No he leido a Caballero Bonal, tendré que hacerlo. El poema que has puesto lo estimo magistral. Reflexión, pensamiento profundo, estética en su manifestación, abundante en contenido y justo de palabras. Lo dicho: la perfeción de unos versos.
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